Hace años, al comenzar mi trabajo de educar a los consumidores sobre el vino, tuve el placer de conocer a un reducido grupo de experimentados escritores especializados en vinos, bodegas y regiones vinícolas. Eran personas mayores, un tanto reservadas, que formaban una suerte de círculo discreto y cultivaban amistades con los productores de vino, devolviendo favores mediante notas interesantes acerca de sus proyectos y productos en sus medios que por entonces eran revistas, programas de radio y algunos de TV. Me llevó tiempo comprender cómo la labor de dar a conocer el vino podía convertirse en un negocio sostenible, pero disfruté de mi lugar en este privilegiado grupo (al menos desde una perspectiva externa). Con el tiempo, los miembros más veteranos de este grupo comenzaron a alejarse, algunos se retiraron por completo, y otros fueron reemplazados por una nueva generación de comunicadores.
La irrupción de la multimedia al alcance de un teléfono móvil ha eliminado la necesidad de ser expertos redactores que deban cautivarnos con la pluma (de hecho hoy pocos consumidores leen). Los nuevos comunicadores son polifacéticos, aprovechan múltiples plataformas: crean videos, audios e incluso se valen de otras plumas, aquellas que los embellecen. Ellos inundan las catas, los viajes a las bodegas y las presentaciones de productos, y retribuyen esas invitaciones con sus propias fotos en los viñedos y bodegas, vídeos disfrutando copas de vino y podcasts que relatan sus experiencias.
En el artículo de hoy, Joe Fattorini, escritor y presentador de TV premiado en Inglaterra, hace una lectura de esta nueva modalidad de difusión del vino, la de los denominados «vinfluencers» (influenciadores del vino).
Fattorini comienza presentando un escenario común en el que una mujer joven en traje de baño, bebiendo vino y mirando seductoramente a la cámara, aparece en diferentes lugares como una imagen publicitaria en una tienda de vinos, en un stand de un evento de degustación y en una publicación en Instagram. Luego, Fattorini señala que la primera situación incumple varias normas del código de conducta del Grupo Portman para marcas de alcohol, mientras que la segunda probablemente viola la Ley de Igualdad y un ejecutivo de marketing podría tener motivos para una demanda. Sin embargo, la tercera situación es una forma única y auténtica de conectarse con las audiencias a nivel personal y mejorar la credibilidad de la marca en el siglo XXI.
Fattorini defiende que el «vinfluencing» es una forma efectiva de conectar con los consumidores habituales del vino y mejorar la credibilidad de las marcas. También señala que los «vinfluencers» pueden ser una fuerza para el bien y que tiene un gran respeto por lo que hacen. Sin embargo, también destaca que existe un riesgo de que el «vinfluencing» sea perjudicado por la explotación de diferencias regulatorias y el uso de «vinfluencers» como contratistas independientes en lugar de empleados.
Fattorini argumenta que las marcas de vino deben proteger y regular a los «vinfluencers» en lugar de ridiculizarlos. También destaca que el «vinfluencing» es un trabajo que requiere habilidades tanto emocionales como estéticas, y que no debería ser visto como un trabajo fácil. Finalmente, Fattorini se pregunta si las marcas de vino deberían seguir «pagando» a los «vinfluencers» con vino y regalos en lugar de dinero real, y si el «vinfluencing» debería operar en un área gris de las normas publicitarias.
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